La tradicional kufiya árabe, uno de los más potentes símbolos de la causa palestina, pierde la batalla contra las importaciones chinas, que amenazan con obligar a cerrar la única fábrica de estos pañuelos que existe en territorio palestino.
A las afueras del taller de "Textiles Hervawi" la calle está desierta, no hay camiones descargando material ni llevándose el producto terminado para distribuirlo.
Dentro de la nave, polvorienta, oscura y saturada del atronador ruido de unas máquinas desgastadas por el tiempo, todo apunta a la decadencia de un negocio que hace años que dejó de ser negocio.
Pero las máquinas continúan hilando. Despacio y persistentemente, "taca-tac, taca-tac, taca-tac", estos viejos telares insisten en seguir tejiendo las últimas kufiyas de Palestina.
"Ahora todo el mundo compra los pañuelos que vienen de China, que se venden entre un 30 y un 50 por ciento más baratos", explicó a Efe Yaser Hervawi, de 76 años y fundador hace medio siglo de esta fábrica y de un sueño que ve morir poco a poco cada día.
La factoría vivió sus mejores años en la década de los setenta, cuando el pañuelo, popularizado por el carismático líder de la OLP Yaser Arafat, que no aparecía sin él, se convirtió en un símbolo de la lucha palestina.
Pero el invento murió de éxito: fue precisamente la popularidad, que hizo a la prenda indispensable en el atuendo árabe y complemento de moda en Occidente, lo que atrajo a los productores chinos a copiarla e inundar el mercado con versiones de mala calidad; incluidos los zocos palestinos.
Los Hervawi tejen ahora kufiyas de todos los colores, pero las más demandadas siguen siendo la blanca y negra, originaria de Irak y empleada a principios del siglo XX por los agricultores palestinos, y la roja y blanca, típica de Jordania -donde forma parte del uniforme del Ejército- y adoptada en Palestina por los comunistas y seguidores de la izquierda por su color más afín a sus símbolos.
A pesar de que siguen siendo usadas por los jóvenes en Europa, sobre todo por los políticamente cercanos a la causa palestina, la familia Hervawi solo ha logrado exportar pequeñas cantidades a Italia, Francia y EEUU.
"A España no", señala ligeramente acusador Yaser Hervawi; al parecer, también allí prefieren las chinas.
"En el entorno rural del norte de Cisjordania empezamos a llevar la kufiya en invierno desde los diez años", explicó a Efe Mohamed Othman, activista palestino de la localidad de Yayus.
"Sólo compro las de Hebrón porque están hechas a mano y forman parte de nuestra cultura. Es importante mantener la fábrica viva. Es un símbolo de lucha. De la libertad palestina", afirmó.
Juda Hirbawi, hijo del fundador que trata de sacar adelante el negocio junto con dos de sus hermanos, asegura que la debacle comenzó en 1995, cuando llegaron las copias chinas.
"Antes la fábrica abría desde el amanecer hasta bien entrada la noche y hacíamos cerca de mil al día. Ahora trabajamos muchas menos horas, hacemos unas 150 al día y sólo tenemos en marcha diez máquinas. El 90 por cien de las que se venden son chinas", lamentó.
Ahora, añade, "todo el dinero que entra, sale. No hay ningún beneficio, solo lo justo para pagar a los empleados y dar de comer a nuestras familias".
Su padre, que se sienta cada día en el despacho para supervisar el poco trabajo que hay y charlar y tomar té con los ocasionales visitantes, recuerda los tiempos en que inició el negocio con dos máquinas que trajo de Japón, a las que siguieron otras trece.
"Son Suzuki", dice, orgulloso.
La delicada tarea de tejer las kufiyas consume media hora de trabajo de los telares Suzuki, más el tiempo adicional que dedican cuatro mujeres en sus casas para coser los bordes y lograr un acabado que está a años luz de los flecos deshilachados de su equivalente chino.
"Eso no son kufiyas. Son basura", dice Hirbawi padre, despectivo.
Del total de la producción, asegura su hijo Abd Al Azim, otro de los socios del amenazado negocio, un 30 por ciento viaja al extranjero, otro 30 por ciento se vende en los territorios palestinos y, el resto, se queda en cajas, cogiendo polvo en este taller que rezuma nostalgia.
"Si no aumentan las ventas tendremos que cerrar. Y si cerramos dejará de haber kufiyas palestinas", dice Abd al Azim, que recuerda que tampoco hay ya ningún lugar en Gaza, Cisjordania ni Jerusalén Este en el que se fabriquen banderas palestinas. Todas vienen de China. EFE
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